lunes, 30 de abril de 2012

Discurso del Dr. Javier Miranda en acto por el Levantamiento del Gueto de Varsovia

Mi nombre es Javier Miranda.

Entre otras cosas que hago, en este momento trabajo como Director Nacional de Derechos Humanos en el Ministerio de Educación y Cultura.
Quiero agradecer, sinceramente, al Zhiklovsky por invitarme a participar en este encuentro. De verdad lo digo, no como simple gesto de cortesía, es un honor para mí ser parte de este acto.
Les pido disculpas (si es que corresponde): no voy a hacer un discurso laudatorio o de recordación de los hechos del levantamiento del Ghetto de Varsovia; sólo voy a tomar prestadas voces e imágenes de otros. Mi función será sólo ordenarlas en una secuencia no antojadiza y, al margen, sugerir algunas ideas. Los invito a construir ustedes mismos la reflexión detrás del relato.
Voy a contar tres historias ilustradas y un epílogo.
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Tal vez sea el 20 de julio de 1979 o quizá el 14 de agosto de 1980, no lo recuerdo bien. En todo caso, en Uruguay vivíamos en dictadura. El gobierno cívico militar que había asaltado el poder en 1973, y lo había consolidado en 1976, mantenía un régimen despótico, de silencio impuesto a fuerza de detenciones, tortura y destierro. Años después tendríamos testimonios directos de la represión, de la barbarie totalitaria que impuso el terror en nuestra comunidad, para acallar toda disidencia.

Yo andaba por los 15 o 16 años, no más. Mi radio grabador –aquél enorme de época, que usábamos algunos adolescentes para grabar, en rígidos casetes TDK,  la música de Barry White o a Cat Stevens, que pasaban en los programas de Radio Independencia o Radio Panamericana- aquel armatoste, digo, tenía el dial “clavado” en los 1130 kilohertz de AM, en “la 30”.

Como cada mañana, la voz grave, seductora, de Alfredo Percovich, “el flaco Percovich”,  nos invitaba a recorrer una nueva historia de uno de sus protagonistas. Aquel día el Flaco arrancó con las siguientes palabras (oigan aquella voz, profunda, recortada entre las descargas que dificultan la emisión de una radio que no agradaba al régimen):

 “Mordejai Anilevich vivió sólo 23 años. Y le fueron suficientes para demostrar a la humanidad entera todo lo que es capaz el hombre cuando se niega a aceptar la prepotencia, la brutalidad y lo irracional. Tuvo que quemar sus mejores años, su niñez y adolescencia y su pletórica juventud, en una lucha feliz y heroica, sin poder disfrutar de todos los alicientes y alegrías a que todo joven tiene derecho y puede aspirar. Y precisamente esos jóvenes que hoy esto (escuchan) y que decurren su vida entre bonanzas y alegrías o aún entre problemas y angustias, pero que todavía pueden esperar muchos beneficios y satisfacciones de la vida, es bueno que conozcan el caso ejemplar de Anilevich que entregó toda su fuerza, su entusiasmo vital, su capacidad física y mental y, sobre todo, su enorme sentido de la solidaridad sin esperar otra compensación que la de la justicia.
Por supuesto, Mordejai Anilevich no fue el único protagonista de esta epopeya casi increíble por su grandeza heroica y trágica; fue sólo uno más. (…) Todos fueron héroes colectivos, todos sabían que el único destino inexorable que les aguardaba era la muerte, la tortura o la vejación; y ante esa alternativa feroz, se negaron a morir en la abyección y el miedo y se levantaron como titanes contra el poder brutal de un régimen hasta entonces invicto.”

Imaginen ahora ustedes lo que esas palabras podían producir en un adolescente que vivía en dictadura, que vivía la dictadura. Lo del Perco era un acto subversivo. Tras la simple anécdota incensurable de un hecho histórico, desde una radio, se nos trasmitían los valores encarnados en esos hechos. Solidaridad, rebeldía, justicia, eran sustantivos lanzados al eter desde una voz que evocaba un acontecimiento lejano de 1943.
Allí muchos de nosotros por primera vez teníamos noticia de la existencia de organizaciones subterráneas en la Polonia ocupada que conformaron un bloque antifascista. Escuchamos el horror de 310.322 judíos deportados del Ghetto entre el 22 de julio y el 3 de octubre de 1942. Y también supimos de la valentía de una población que excavó túneles y refugios para enfrentar al ejército de ocupación. Y que lo enfrentó.
Alfredo Percovich me presta la voz una vez más:

“Todo abril duró el alzamiento y la batalla del Ghetto. El primero de Mayo, día mundial de los trabajadores, mientras cundía el horror y la muerte por todas partes, Mordejai Anilevich reunió a todos los jóvenes y dirigentes en el bunker del comando subterráneo, y con el rostro empapado de sudor, dijo unas emocionadas palabras en recuerdo a todos los obreros del mundo. Todos oían en silencio la que sabían sería última alocución de sus vidas.”

¿Para qué recordar?  ¿Por qué rememorar hechos del pasado, de tanto tiempo atrás? Alfredo, además de rendir homenaje a esos valientes del alzamiento del Ghetto, en plena dictadura, trasmitía una lección de coraje e insurrección, de rebeldía ante la opresión, de dignidad humana. Desde los 40, desde la lejana Varsovia, el Perco traía en ancas de su grave vos, valores útiles para la lucha en aquel hoy. De eso se tratan “los trabajos de la memoria”.
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Quique, como otros días, anda dando vueltas por el garage, intentando poner un poco de orden en el relajo de la obra. Va golpeando paredes para desprender el revoque. En un rincón suena a hueco. Después de unos golpes francos, descubre que hay un ducto allí atrás y, en el ducto, arracimadas, películas que parecen ser de fotos.

Mira, calla, guarda. No es su tiempo, a pesar de que están allí ocultas hace 23 años.
Aurelio se tuvo que exiliar en 1976. A México viajan, en su equipaje de emergencia cargado de luchas, algunas fotografías de la huelga general de 1973. En Montevideo, entre muros y a resguardo de la imposición dictatorial del silencio, quedan infinidad de negativos que documentan parte de la historia uruguaya. Desde 1957 hasta 1973, Aurelio y su lente han registrado trozos de las luchas populares. Ante la certeza de la destrucción, esconde buena parte de esos documentos entre las paredes del edificio del diario, con la convicción de que es necesario dejar testimonio. Es una tarea política más de resistencia frente al despotismo.

Muchos años después, tras conversaciones entre jóvenes y operaciones de rescate casi clandestinas de algunos veteranos todavía un poco inconscientes, las palabras se encuentran. Quique y Aurelio comparten ahora el mismo tiempo y espacio.

Y, buscando juntos, encuentran. A pesar de las reformas en el Edificio Lapido, el pelo largo de uno y las canas del otro desentierran parte de la historia, que allí se había ocultado para ser reencontrada.
El hallazgo es el resultado esperado de una operación política decidida hacía entonces 33 años. La sencillez del Gallego, su sonrisa franca y emocionada, son síntesis de una batalla más ganada a la dictadura. Aurelio fue testigo y también protagonista. Fue el ojo y el brazo que miraron y señalaron más allá de la coyuntura, apostando a dejar testimonio.

¿Para qué? Para que los Quiques del siglo XXI tuvieran la oportunidad de conocer parte de la historia que la barbarie quiso hacer desaparecer. No la anécdota, ella en sí misma intransitiva incluso en su dolor. No son los hechos lo que se trasmiten, sino los valores que ellos encarnan: memoria ejemplar (y crítica). El acto de esconder para dejar testimonio es él mismo un acto político, que se enmarca en la secuencia de los actos que Aurelio documentaba. Ahora, con Quique al lado, compartiendo el alumbramiento, la batalla política de entonces mantiene su sentido y adquiere nuevas proyecciones. Para los de aquellas épocas, seguramente confirme la convicción de que no fue en vano. Para los de hoy, probablemente sirva para reconocerse en el curso de una historia que los trasciende, aún hoy. Ser parte, tomar partido.
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 “¿Qué pasó con mis padres? – escucho un grito. Caminamos. Estoy ya en el patio. [Me atacó el] miedo. Estoy ya dentro del edificio, y ahora voy por mis padres para ver cómo están. Y no se qué será de mí y si podré contarles la historia de lo que pasará después.
Recuerden, mi nombre es NAJUM GRZYWACZ, 30 de julio de 1942.”

Pocos días después de escribir estas líneas, NAJUM, junto con DAVID GRABER e IZRAEL LICHTENSZTEJN, de acuerdo a lo resuelto por los líderes de la organización clandestina ONEG SHABBAT, escondieron en el edificio de la escuela BER BOROCHOV, ubicada en el número 68 de la calle NOWOLIPKI de Varsovia, diez cajas metálicas. En ellas se cobijaban escritos, fotografías, dibujos y pinturas, que recogían testimonios de la vida judía antes de la guerra y también de la vida en el gueto de Varsovia.

En esa escuela, en 1924, se graduó una hija de un zapatero y una señora de Landau llamada GELA SEKSZTAJN. Tiempo después de su graduación, Gela comenzó a desarrollar una actividad artística interesante. Dibujos en carbonilla, acuarela y algún óleo son productos de sus manos inquietas y su sensibilidad de joven judía en una Europa central en permanente tensión. Cuentan que no fue hasta 1938 que Gela fue reconocida como artista de destaque. JOSEF SANDEL, quien había conocido a Gela en 1935, dice en una publicación de 1948: “Era una joven de clase trabajadora. (…) Su único sueño era pintar. (…) Sus habilidades artísticas no se estaban desarrollando apropiadamente dado las difíciles condiciones en las que vivía, sin embargo, ella nunca renunció a la esperanza de alcanzar su meta. Ella disfrutaba en especial de dibujar niños. Los amaba y lograba trasmitir su belleza en cualquiera de ellos. Pintar un niño judío era su vida, su descanso, su alegría.”

El 18 de setiembre de 1946 fue recuperada la primera parte de los archivos del Gueto de Varsovia, ocultados en los sótanos de la escuela de la calle NOWOLIPKI a principios de agosto de 1942. Otra parte de esos archivos, escondida en ese mismo sitio en febrero de 1943, poco antes del alzamiento del Gueto de Varsovia, fue recuperada en diciembre de 1950. Una tercera parte de estos archivos, enterrada en abril de 1943, aún no ha sido encontrada. Los hoy conocidos como “Archivos RINGELBLUM”, forman parte del legado que, deliberadamente y como parte de la acción política, grupos de la resistencia a la barbarie nazi, decidieron ocultar en los momentos más duros de la represión y exterminio, a fin de mantener la memoria de un pueblo perseguido.

Una de las cajas sepultadas en 1942 por NAJUM GRZYWACS, DAVID GRABER e IZRAEL LICHTENSTEJN, contenía más de 300 obras de la esposa de LICHTENSTJN, Gela Seksztajn, así como el testamento de ambos.

El testimonio de esta joven judía, probablemente una de los últimos artistas que sobrevivió en el Gueto hasta el levantamiento, da cuenta de una vida cultural que, más allá de la preguerra, se procuró mantener en difíciles condiciones aún en la época de la ocupación y la segregación institucionalizada. De la mano de Gela los colores de la vida judía polaca, así como rostros de personas, recuperan su identidad por encima de las botas de la opresión. No sólo de resistencia armada –aunque también- se construyó la defensa frente al nazismo. Como en otras épocas y lugares, las manifestaciones culturales fueron un arma para la defensa de la dignidad de las personas también el en Gueto de Varsovia.
La reivindicación de la dignidad humana, de su identidad, y la conciencia de un compromiso con su pueblo, para la construcción de un futuro, surgen de las líneas que Gela dejara a título de testamento, el 1 de agosto de 1942:

 “Me encuentro parada en el límite entre la vida y la muerte. Ya se con relativa seguridad que voy a morir, y es por eso que quiero despedirme de mis amigos y de mi trabajo.
He estado recolectando diez años de trabajo, rompiendo todo en pedazos y trabajando nuevamente.(…) Ahora sólo estoy intentando salvar todo lo que pueda en este espacio reducido. (…)
No busco ser alabada, sólo que nos recuerden, a mi pequeña hija y a mí.
Esta niña brillante se llama Margolit Lichtensztejn (su apellido es por mi esposo, Izrael Lichtensztejn) (…).
Le entrego mis trabajos a un museo judío a construirse en el futuro, con el propósito de revivir la vida cultural de los judíos de preguerra, pre-1939, y para que el estudio de la terrible tragedia que vivió la gente judía en Polonia durante esta guerra. (…)
Por favor cuenten lo que me ha pasado a mi, a mi esposo y e hija (…).
Ahora estoy en paz. Debo morir, pero he realizado mi trabajo. Me gustaría que la memoria de mis trabajos sobreviva.
¡Adiós camaradas y amigos, adiós al pueblo judío! No permitan que semejante destrucción se repita.”
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En 1990, en oportunidad de realizarse en Montevideo la sesión nacional del Tribunal Permanente de los Pueblos (sucesor del Tribunal Russell), que un año después juzgara la impunidad en América Latina, el sacerdote jesuita Luis Pérez Aguirre –Perico, el cura comprometido con la defensa y promoción de los derechos humanos- iniciaba su intervención citando un verso del poeta griego Odiseo Elytis:

“Escribo para que la muerte no tenga la última palabra”.

69 aniversario del Levantamiento del Gueto de Varsovia

El pasado 29 de abril participamos en la organización del Acto Conmemorativo del 69 aniversario del Levantamiento del Gueto de Varsovia que realiza la A.C.I. Zhitlovsky.

Este año el orador central fué el Dr. Javier Miranda. También hablaron representantes de ACIZ y de nuestra institución.

A su vez se leyó un texto realizado por los bogrim de Hashomer Hatzair que este año viajaron a Polonia en el marco de la "Masa Le'Polin" realizada por Hashomer Hatzair Mundial.




sábado, 21 de abril de 2012

Seder de Pesaj 2012

Una vez más realizamos nuestro Seder de Pesaj Humanista.
 
Compartimos una muy rica cena hecha por javerim de la Casa, escuchamos a nuestro taller de coro que se lució y la tnuá compartió un video con fotos sobre las actividades realizadas, así como también un video hecho por los javerim que están en Shnat Hajshará.

Como ya es tradicional leímos nuestra hagadá, que cada año es renovada para mantener su significación.

Taller de Coro

Bogrim de Hashomer Hatzair